Un colegiado singular hasta al decir adiós

Esta era su última temporada en la élite del arbitraje, pero ayer decidió dejarlo de forma prematura. La despedida pareció un calco a la mayor parte de su carrera, marcada por la polémica. Eduardo Iturralde González (Bilbao, 1967), según publicaron varios medios de comunicación, tomó la decisión de colgar el silbato por unas diferencias con el Comité Técnico de Árbitros con relación a la lesión que se produjo en el Betis-Real Madrid y que le impidió concluir el choque. Conforme a esta versión, el organismo le reclamaría un parte de alta para hacerlo de nuevo seleccionable, pero el colegiado no podría aportar dicho documento, dado que no llegó a solicitar la baja. Para cualquier otro, un simple tropiezo con la burocracia; para Iturralde, suficiente como para dejar la que fue su pasión desde 1982.

Coleccionista de registros
Quizás ese perfil de eterno polemista desdibujó la meritoria colección de registros que logró desde que llegó a la élite en 1995. No en vano, este protésico dental es el colegiado que más partidos, con 291 encuentros, ha dirigido en la historia de Primera División. Saltó a la internacionalidad en 1998, tres años después de llegar a lo más alto en España. Fue habitual de la Liga de Campeones, la UEFA y la Intertoto. Así como forma parte de ese selecto grupo que integran quienes les han permitido mediar en un clásico, que han impartido justicia en un Madrid-Barcelona sobre el rectángulo de juego. Asimismo, es el tercer árbitro que más tarjetas rojas enseñó en la historia de la Liga, con un total de 118 expulsiones. Mostró 1.647 tarjetas amarillas y señaló 104 penaltis.

Sonó en diversas ocasiones para participar en una gran cita como una Eurocopa o un Mundial. Sin embargo, las puertas siempre se le acabaron cerrando. Probablemente este fue el gran anhelo que le quedó por cumplir y el tachón más intenso de su palmarés.
Con el adiós de Iturralde, la Liga pierde a uno de sus centros de atención, que en el caso de un árbitro casi nunca es un halago. De lo que no cabe duda es de que, como decía la canción que popularizó Frank Sinatra, vistió el silbato a su manera, le imprimió un carácter singular. Supo enfrentarse a los jugadores más temperamentales. Nunca rehusó encararse. Y gesticuló en exceso, igual que un actor en el teatro. Dicen que en la intimidad era diferente. Una persona familiar y discreta.